Salamanca es una maravillosa ciudad española donde caminas por la historia del arte. Dos son sus catedrales, una maravillosa universidad nacida en 1218 y unas cuantas, no menos importantes, edificaciones religiosas como el convento de san Esteban con una bellísima portada plateresca (en la foto). Dentro predomina el silencio, un silencio externo que invita al silencio interno.
Siempre me gustaron las iglesias y no solo por el valor artístico que atesoran. Cada centímetro cuadrado de piedra tallada te habla del arte de un cantero que pasaba su vida dejando para la historia figuras y otros adornos que hoy admiramos. Pero sobre todo por la energía que siempre he sentido nada más acceder al templo. Una amiga mía me contaba que en esos lugares las personas depositan lo mejor de si y eso se traduce en energía que permanece, una energía que al cerrar los ojos sientes que te transporta a lo más profundo de ti, a tus dudas y a tus certezas.
¿Qué palabras se dan en el silencio? Formalmente no hay palabras pues solo hay silencio. Hay pensamientos de la misma manera que los hay en pleno traqueteo del metro en Madrid. Pero hay algo más que parece un pensamiento y en realidad no lo es. Se trata de una frase -a modo de pensamiento- que te dice que hagas algo o que responde a una pregunta que llevas tiempo haciéndote. Es lo más profundo que hay en ti y que está en todos los sitios, hablándote. Unos lo llaman supra conciencia, otros el espíritu o el alma, en todo caso es algo que te trasciende pues hoy sabemos que la conciencia no tiene un asiento local como demuestran las ECM (experiencias cercanas a la muerte) sino que más bien el cerebro solo es el receptor de esa conciencia no local a la que llamamos de diversas maneras.
En Salamanca, en aquel verano de 2004 ya separado de la madre de mi hijo y experimentando la soledad en plenas vacaciones, me preguntaba una y otra vez al estar en silencio que había de verdad en esos momentos. Era algo casi obsesivo, podría decir que hasta no querido por mi. Es decir, cerraba los ojos y casi al momento llegaba esa pregunta como si eso que me trasciende me empujara a hacérmela para luego darme la respuesta. No fue de primeras ni de segundas. Se dio un argumento en el que aparecen unas personas determinadas en medio del montón de turistas que me cruzaba visitando las dos catedrales hasta que llegado el momento, en la iglesia del convento de san Esteban la respuesta llego de manera indiscutible. Toda la historia la cuento en el libro “En Silencio. La mirada interior” que narra mi recorrido por el mundo de la meditación en medio de las circunstancias más duras de mi vida.
Desde entonces la trascendencia para mi es indudable. No es una creencia. Es un completo saber de que esta vida solo es un capítulo de una gran historia. Un saber que se corrobora día a día con historias de otras personas, como aquella señora que -contaba su hija- padeciendo Alzheimer horas antes de morir recuperó la claridad mental y los recuerdos que tantos años habían estado perdidos ante el estupor de su familia. ¿Cómo era posible si su cerebro estaba prácticamente destruido?.
En silencio, mirando al interior, sabes que es así. Eres un ser trascendente que experimenta la materia a modo de traje que se desecha llegado el momento.