No soy una persona nada fuera de lo normal. Nací en una familia tradicional en la que mi padre tenía una fuerte fe religiosa que le llevó a aceptar con calma -a pesar del dolor- su tránsito hace mas de 25 años. Pero, aunque no lo vea, se que está ahí y en un par de momentos de mi vida -como relato en “En Silencio. La mirada Interior” se hizo especialmente presente. Claro que no vi su cuerpo, no era necesario, pero fueron unos de esos momentos en que tienes plena seguridad en lo que está sucediendo. Y se hizo presente para comunicarme que estaba bien.

Supongo, tal vez debería decir que lo se, que por su forma de vida y su ejemplo siempre hubo en mi la inquietud de la trascendencia. Incluso cuando atravesaba una noche muy oscura del alma llevando una vida alocada, solo estar en su presencia me recordaba lo realmente importante: lo que llamamos vida no lo es todo. Por supuesto que ese recuerdo, por repetido que fuera, no era suficiente como para aceptarlo plenamente. Lo religioso tradicional hacía aguas por todos los sitios, así que ¿cómo conciliar la posible trascendencia con la enseñanza religiosa recibida de la que apenas quedaban esas ideas morales aprendidas y continuamente cuestionadas?.

A día de hoy se que aquello que buscas lo acabas encontrando, tarde o temprano. Aunque si te soy sincero creo que más bien eso que buscas te encuentra a ti, porque la mayoría de las veces aparece cuando menos lo buscas. Aceptando una soledad no querida tras mi divorcio, un buen día en mi rato de meditación apareció una figura femenina de cara desconocida pero de porte inconfundible. Cuando ya no buscaba apareció quien hoy me acompaña en la vida. Lo mismo te podría decir de como pude resolver esas dudas acerca de la trascendencia.

Andaba yo tratando de mover una actividad económica cuando oyes, lees o conversas con alguien acerca del control mental, de un tal Método Silva y poco tiempo después, en una reunión normal que comenzaba haciendo un rato de silencio, el verdadero silencio me encontró. Después, pues toda una historia que en parte he contado en las páginas del libro.

La meditación, el silencio o la mirada interior en uno mismo, en lo más profundo de uno mismo, es un camino que forma parte de mi vida desde hace más de 30 años. Es el encuentro con lo divino que permite que esté vivo en este plano material. Es una invitación a una charla tranquila y profunda, de padre o madre a hijo o hija. Es el confort de un rato de café con tu mejor amigo o amiga. Un confort que no se acaba cuando nos levantamos y seguimos cada uno por nuestro camino, sino que permanece a lo largo del día con un saber que aquí solo estás de paso, experimentando lo que más has deseado con absoluta libertad. Una vida que sabes, no es creencia indemostrable, que continúa cuando has retirado el traje de tu cuerpo y se libera el espíritu que te habita en busca de otras experiencias, otros trajes igualmente deseados, otras aventuras como la que ahora estás viviendo.

Meditar es vivir desde lo pleno que -lo creas o no- habita en ti.

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